martes, 17 de octubre de 2017

INCENDIOS

(FIOT 2017)
26 FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO DE CARBALLO

APRENDER PARA NO CAER EN EL ABISMO
(A propósito de “Incendios”, de Ysarca y Teatro de la Abadía)

SANTIAGO PAZOS



El domingo 15 de octubre de 2017 ardía todo a nuestro alrededor. Las llamas purificadoras, las del teatro, estaban cargadas de intensos sentimientos de liberación. Y en el exterior, en Galicia entera, la maldad y la incompetencia nos quemaban el alma.

Que se siga arrasando impunemente nuestra riqueza forestal, aparte de consideraciones sociales y políticas,  tiene mucho que ver con la ignorancia. Y en “Incendios”, la monumental obra de Wajdi Mouawad, aprender es lo único que puede romper el hilo de ira que engancha en la tragedia a unas generaciones con otras, el antídoto para no caer en el abismo. Adquirir conocimiento es el instrumento fundamental para luchar contra la barbarie, contra el odio más irracional, el que puede mover a un ser humano a matar a sus hermanos.


El montaje de Mario Gas es impresionante, un tremendo rompecabezas en el que las piezas de la historia, los acontecimientos fragmentados de la dramática vida de una mujer que ha disfrutado del amor y sufrido el odio en dosis de dolor descomunales, van encontrando su encaje, con un estilo casi cinematográfico, hasta conducirnos a un final inesperado y sorprendente.

La factura técnica y plástica es sobresaliente. El decorado ambivalente y solemne, las filmaciones proyectadas cuidadas y sugerentes y la música, como la banda sonora de una gran película, tan impactante como las versiones incluidas de John Lennon, Talking Heads o Police.


Las escenas y contra/escenas, (tres en alguna ocasión), se desarrollan con una limpieza de movimientos y un ritmo de thriller tan trepidante en algunos momentos que resumen en un suspiro las tres horas de función. Y es que Mario Gas controla los tiempos con una maestría indiscutible, con unas transiciones tan medidas entre escenas que pasas del diálogo más sentido al monólogo más profundo o a la escena más convulsa sin que percibas ni un mínimo desajuste. Todo en función de un texto potente, bien armado, reflejo fiel de la barbarie en la que se sumió el Líbano y sus gentes durante una guerra civil incruenta.


Y dejo adrede para el final las interpretaciones que dan cuerpo a ese tremendo relato y presencia a esos personajes, tan ricos en matices de todo tipo, porque sin ellos, sin su trabajo tan exquisito, sin artificios ni desmesuradas afectaciones, nada de lo dicho anteriormente podría suceder. Cuatro de ellos no son los mismos que estrenaron y triunfaron en Madrid, pero a nosotros nos importó poco porque los sustitutos son profesionales de altura que defienden sus papeles como si el autor los hubiese escrito para ellos.

Empezando por José Luís Alcobendas (Hermile-Lebel-Médico-Abdessamad-Malak), medidísimo de gesto y voz en todos sus roles; Carlos Martos (Simón-Wahab-Guía), enérgico y sentido; Candela Serrat (Jeanne), sensible y verdadera; Alberto Iglesias (Ralph-Antoine-Miliciano-Conserje-Hombre-Chamseddine) con una presencia imponente; Germán Torres (Nihad), sobrio y caricaturesco. Todos bien, excelentes, pero mención aparte merecen Lucía Barrado (Elhame-Sawda) y Laia Marull (Nawal joven) que están espléndidas alternando intensidad y mesura para hacer creíbles unos personajes creados para trasmitir dolor y esperanza.


Y finalmente, Nuria Espert (Jihane-Nazira-Nawal). ¿Qué decir de la mujer que canta? Se para el tiempo cuando aparece en escena y el aire se corta con un cuchillo. El montaje de Mario Gas se construye para ensalzarla, pero ella baja el diapasón para humanizar al personaje llenándolo de un sentimiento tan real que podríamos decir que lo que vivieron sus personajes, si fuese cierto que esos acontecimientos ocurrieron, están pasando de nuevo. Hay tanta vida, sangre y furia controlada en su interpretación, transmite tanta energía y tanta belleza que sería una vileza no aclamarla.

El aplauso, merecido de sobra, fue apoteósico. Como esos grandes días que perviven en la memoria del FIOT.

Y al abandonar satisfechos el Pazo da cultura de Carballo, al salir de nuevo a la calle, nos dimos de bruces con una realidad irracional y abrasadora. Otra cruel historia de abismos e ignorancia…


Salud


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